Bajo los focos

-¿Quieres otra copa antes?- Inquirió solícito el camarero.
-Doble- Jacqueline no le miró. -17/3 ¿Cómo estás?-
-Incompleto como siempre, seis, seis, seis- la miró con una sonrisa. -¿Qué necesitas?-
-A que me haces un acompañamiento musical- Jacqueline beso suave, tenue, breve y cálidamente su divisor. –Siempre fuiste mi periódico favorito- añadió tomándose la bebida que acababan de servirle de un trago.
-Un placer, seis, seis, seis, al menos las canciones tienen final, seis, seis, seis- musitó la división lacónica. Jacqueline se cambió de ropa ipso facto, quizás la expresión más precisa fuera que invocó una nueva vestimenta, más sugerente, en tonos más llamativos, y con una relación tela-ausencia sensiblemente más baja.

Elías se levantó de la mesa para comer, había pasado prácticamente una hora, aquél día le tocaban judía tierna y algo de carne a la plancha, recomendación del médico. Por no desmontar toda la parafernalia que había esparcido por la mesa del comedor comió en la cocina, de pie. Acto seguido recogió todos los cacharros, los lavó, y se preparó una taza de café. Oscuro, espeso y amargo, como le había gustado siempre el café.

Una aguda nota de saxofón rasgó el aire con la inclemente frialdad mecánica de una locomotora. Se hizo un silencio entre iracundo y sorprendido, seguido de la oscuridad absoluta. Las notas se tornaron constantes y acompasadas, haciendo vibrar la oscuridad a ritmo de blues. Una sola luz, tenue, algo difusa, cayó sobre el escenario. La piel ligeramente moscada de Jacqueline fulgió con vehemencia durante un instante, todos miraron sin verla. Oscuridad tan sólo, y nada más. Una segunda luz se hizo, esta vez algo más afilada y precisa, sobre la barra. Muslos definidos y una expresión infantil, notas de saxofón en un número ensayado. Oscuridad de nuevo, y nada más. Una luz, esta vez general, alumbró casi con sombra los rincones del lugar, los parroquianos veteranos empezaron a relamerse, aumentando la confusión de los neófitos. Sobre el escenario una mujer joven, elegante, semidesnuda, y la música de una división.

Elías volvió al comedor y contempló la lámina a medio dibujar, le dolía ligeramente la espalda por culpa de la mesa, pero no había vuelto a entrar en su despacho de trabajo desde que dejó de trabajar, hacía ya varios años. Sólo una vez cada seis meses se adentraba, no sin dificultad, en aquel lugar, con el fin de limpiar y barrer. Había pensado varias veces en contratar a una mujer de la limpieza para que se encargara de aquello, pero su médico se lo había contraindicado.

Jacqueline le dio otro beso a 17/3, haciendo que la música se estremeciera por unos instantes. Fue un beso más húmedo, pegajoso y áspero. Abriéndose paso con caricias por entre la notoriamente afectuosa audiencia del local Jacqueline llegó a la barra, dejando tras de sí una hilera de anónimos sujetos al borde de la catalepsia. Se sentó, empapada en sudor, sobre el taburete que había ocupado antes, y miró fijamente al detective, aún con la gabardina, que apenas podía esconder el más visceral de los anhelos tras su acostumbrada pose de hierática dureza. Al echarse para atrás, y contra lo convenido, el camarero tomó una botella de Vodka, del mejor que tenía a mano, y la derramó sobre el busto parcialmente desnudo de Jacqueline, aquello le molestó, no así a la audiencia, que clamó exigiendo, suplicando, más. Jacqueline por su parte se retorció como una culebra, quedando de pié, de espaldas a la audiencia, aún inclinada sobre la barra, impregnada en licor, y con una de sus torneadas piernas a cada lado del taburete. Colocando una de sus manos en el bajo vientre del camarero le tomó del cuello de la camisa y le acercó a ella, atravesando su mirada con hielo en los ojos. El licor empezaba a correrle por las piernas, brillando al compás de las luces y la música de blues. Cogió aire suavemente entreabriendo sus labios, acercó un poco más al camarero, y le lanzó el aliento, viciado de alcohol y humo, al tiempo que se apartaba de golpe de él, arañándole con furia hasta el pecho. El detective sonrió ante la escena, y Jacqueline le guiñó un ojo mientras se alejaba, dejando en el suelo tumbado al contrariado y torpe camarero. Un reguero de licor cayó desde el borde de sus senos y a lo largo de sus piernas mientras apartaba con tenues caricias y besos al aire a la multitud que se agolpaba por ser tocada, fue al rincón donde su verdadero objetivo, su incorpóreo objetivo, seguía sentado, ya sin escribir. Se tumbó sobre la mesa, sudor y vodka entremezclados en la bebida más demandada de la noche, y le miró a los ojos, clavando el hielo seductor y afilado de los suyos en la pausada ausencia de él. Oscuridad tan sólo, y nada más.

(04/04/11)

(04/04/11)

 


Comentarios

Bajo los focos — 2 comentarios

    • Spain Pues sí, la verdad es que viene de ahí….. y no me he eacordadod e ponerlo en la autopsia…. así que muchas gracias….. lo cambiaré. Ya me comentarás tu opinión más pormenorizada cuando nos veamos. Cuídate mucho hermanita.

      PD: Nunca más, nunca más, nunca más. Jajajajajaja

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