Elías se encaminó directamente a la puerta de su despacho sin mediar palabra con Jacqueline, que le esperaba tumbada en el sofá, y que fue a su encuentro en cuanto se dio cuenta de que este no iba al de ella.
-Hola ¿Qué has hecho hoy?- preguntó con cierto retintín irritado
-Descubrir que tengo que entrar aquí- Elías tomó el picaporte de la puerta con firmeza.
-Te volverás a desmayar-
-No lo creo- dijo abriendo de par en par la puerta de su despacho. En ese momento Jacqueline se desvaneció ante sus ojos y el despacho se mostró tal y como llevaba años estando, lleno de polvo, polillas, arácnidos y demás habitantes de la dejadez y el polvo. Y por primera vez desde hacía ya demasiado, abrió las ventanas, y pasó horas limpiando, echando, que no matando, a las arañas que habían hecho de aquel despacho su hogar. Tras agradecer que los ácaros tarden considerable tiempo en hacer mella en los libros, así como que fuera su despacho y no el comedor lo que había estado abandonado, Elías encontró lo que había entrado a buscar, una carpeta de dibujos personales que había olvidado por completo. En ella encontró, entre otros, el dibujo de una mujer de rizado cabello, castaños ojos, y generosa sensualidad que le resultó tremendamente familiar. En la misma hoja había numerosas ampliaciones de los distintos detalles de la misma, desde las manos hasta el tipo de rizo, pasando por los labios y diferentes tipos de sonrisa. Bajo el boceto, en elaborada letra ligada, pulcra, y patológicamente ordenada estaba escrito el nombre de Jacqueline.
Elías echó a reír con explosivas carcajadas hasta que, agotado, se durmió sobre el suelo de su despacho.
(01/06/11)
Como buen escritor has sabido cortarlo en el momento mas intrigante. Mas te vale publicarlo pronto el último relato!
Nos vemos!