En el segundo capítulo del libro versa sobre la etiología de la delincuencia sexual. Estudios presentados en el texto señalan que entre un 85% y un 90% de los agresores sexuales son varones, sin que haya otros rasgos distintivos fácilmente identificables. Los agresores sexuales provienen de todos los estratos sociales y grupos étnicos, por lo que los factores de riesgo son más individuales que en otros delitos.
Hace hincapié del mismo modo en la base biológica de la agresión sexual como subproducto de una serie de comportamientos en origen adaptativos. La agresividad y el deseo sexual son comportamientos que resultaron muy útiles a la raza humana en estados primigenios y que, si bien socializados y hasta cierto punto adaptados, siguen presentes en nuestra sociedad como elementos necesarios de la misma. Se ha encontrado en este sentido una relación estrecha entre los esteroides sexuales, dos de cuyas funciones básicas comprenden el sexo y la violencia, y la agresión sexual.
No obstante es en la socialización del individuo donde se encuentran las claves de los trastornos y vivencias que facilitan el que un determinado sujeto se incline hacia la agresión sexual. Destaca el autor que las mañas relaciones familiares, donde la disciplina es estricta y tiene una fuerte carga de aleatoriedad son especialmente nocivas para el menor, que suele hacer gala ya en la infancia de un comportamiento antisocial.
La pubertad es del mismo modo un momento decisivo para el desarrollo de las tendencias sexuales. Los comportamientos que se encuentran presentes en esta época de la vida se han demostrados predoctores fiables del comportamiento sexual adulto. Del mismo modo la soledad emocional es un predictor considerablemente confiable de futuros sentimientos y comportamientos de ira y hostilidad social. Se encuentra también una capacidad de empatía débil y falta de herramientas para expresar sus necesidades y deseos, fruto de su pobre socialización.
Son frecuentes en el mismo sentido las experiencias traumáticas relacionadas con la violencia e incluso el abuso sexual sufrido en la infancia. Para el tratamiento y posible superación de los trastornos ocasionaos por estas vivencias la pubertad y juventud son también momentos clave en los que el sujeto puede terminar por quebrarse ante ellos.
Son estas vulnerabilidades las que pueden volver al sujeto más susceptible a ciertos comportamientos de refuerzo del poder y el control, lo que a su vez puede llevarle con cierta probabilidad hacia prácticas y fantasías sexuales desviadas que pueden terminar en un abuso sexual.
En el tercer capítulo, titulado “Delincuentes sexuales en la actualidad” el autor repasa con mayor profundidad los factores anteriormente expuestos sirviéndose de estudios realizados agresores sexuales. De este modo llega a determinar que las alteraciones biológicas y los trastornos de personalidad, si bien no son en absoluto factores desechables, no son los que, en última instancia, impulsan el sujeto hacia la comisión de los delitos. En este sentido señala la falta de empatía, el aislamiento emocional, y la falta de herramientas para expresar sus necesidades, deseos y miedos, así como para satisfacerlos de un modo socialmente aceptado, como elementos fundamentales y de capital relevancia en la construcción del agresor sexual. Se introduce en este capítulo una tesis especialmente interesante desde mi punto de vista. El autor presenta, en términos más elaborados que los presentes, al agresor sexual como un sujeto que, falto de otras herramientas para la expresión y sublimación de sus miedos y necesidades escoge el sexo como vehículo único para la susodicha expresión. En este sentido señala que estos individuos poseen una cierta tendencia a afrontar los altibajos de sus vidas mediante al sexo.
Comentarios
Reseña «Agresores sexuales» W.L. Marshall — 2 comentarios