Punta de lanza


-Transmisión entrante- anunció el técnico de radio.
-Por los altavoces- gruñó Steinfield ya iracundo por lo ridículo de la situación.
-¿El gatito gordo no puede cazar moscas?- saludó una voz masculina.
-Aquí el comandante Steinfield ¡Identifíquese!- ordenó el comandante con sequedad.
-La mosca del infierno- se burlo la metálica voz. –Aquí tienes un regalo- añadió al tiempo que volaba torpemente frente al puente haciendo que las torretas ligeras impactaran en él. Los movimientos del caza eran bastante más lentos de lo esperable.
-Señor, parece ser que el enemigo ha estudiado a fondo los planos de la nave, se mantiene en todo momento fuera del alcance de las torretas ligeras-
-Eres un terrorista ¿verdad?- el comandante hizo un gesto y se acallaron las torretas.
-Soy la mosca que provoca al caballo- el caza pasó por la parte inferior del acorazado.
-No creo que Sócrates aprobara la insurrección armada- el comandante levantó el dedo del comunicador. –Preparen rayo tractor- ordenó en el puente. –Conoces bien la nave-
-Genocida y hombre culto, interesante combinación- Insultó el desconocido. –Los grandes acorazados ya se sabe, sólo un puñado de torretas ligeras esparcidas al azar-
-Sin duda, se priorizan las pesadas- El comandante luchaba por contener su ira para no mostrar flaqueza. Otra ráfaga láser sobre el puente, el oponente estaba volviéndose descuidado. –Disparen el rayo en cuanto se ponga a tiro- ordenó Steinfield-
-¡Por la Tierra!- gritó el desconocido. En ese momento una pequeña serie de explosiones retumbó en silencio por el armazón del destructor.
-Hemos perdido el rayo tractor del hangar dos- comunicó uno de los técnicos. Steinfield se cubrió la cara con la mano y cerró los ojos un segundo. –Vale, suficiente, lanzad cazas y acabad con él, y cuando muera, acabad con el cadáver-

Héctor pasó volando frente al hangar, manteniéndose cuidadosamente lejos del alcance de las torretas. Por supuesto quedaba el hangar principal, pero desde él sólo podían lanzarse naves diplomáticas, o capturarse lanzaderas de tamaño medio. Lanzó otra ráfaga láser, esta vez contra algunas torretas, y se dispuso a esperar su momento. Este no se hizo esperar, apenas un minuto después las puertas del hangar empezaron a abrirse y Héctor se metió de lleno en la boca del lobo, disparando a diestro y siniestro, y destruyendo con sus torpedos y ráfagas láser una parte significativa de la infraestructura del hangar antes de verse obligado a aterrizar. Activó una carga eléctrica que frió todos los sistemas de la nave de manera irremisible y espero su captura.

-Tenemos al prisionero- anunció el segundo oficial. –Llevaba traje espacial, por lo visto esperaba ser derribado y rescatado- añadió buscando aprobación.
-Escaneadlo y traedlo, quiero matarle personalmente- ordenó Steinfield sentado en su sillón con expresión contrariada, entre abatida e iracunda.
Pasaron unos minutos hasta que apareció ante él, esposado y algo magullado, un hombre de no más de treinta años, con la mirada ardiente y altiva de quienes creen defender una causa justa. Steinfield le propinó un puñetazo en el estómago y el detenido quedó de rodillas en el suelo, no se levantó.
-¿Quién eres y qué pretendías?- inquirió en tono autoritario el comandante.
-Soy parte de algo mayor, no creas que capturándome has vencido- le espetó sin levantarse del suelo. –La Tierra será vengada y tú pagarás por tus actos-
-¿En serio? ¿Terroristas vengadores de la Tierra? No aprovechabas muy bien la agilidad del TF-82- se burló el comandante.
-Todos los que estáis aquí sois cómplices del genocidio de la Tierra- el puente estalló en risas –Tú ¿qué haces tú aquí? Como no podías tener hijos mataste a los de las demás ¿es eso arpía estéril?- le gritó a la oficial de comunicaciones el detenido. Esta, que pareció casi dolida, se acercó con paso firme y le propinó otro puñetazo, este en la cara.
-Lleváoslo- dijo Steinfield ya habiendo reparado el daño en su ego, cuando termine nuestra misión ya le interrogaremos- concluyó este dando por finalizado el encuentro.

(Sigue…)


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